Selección de poemas y materiales para trabajar en el
taller:
Uso estrictamente didáctico
Verso/Prosa
Edoardo Sanguinetti – Grupo 63
(Posvanguardia)
1.
la poesía, en cierto sentido, es una máquina orgánica: (esto es,
quiero decir
rigurosamente fisiológica):
(que exige un mantenimiento vigilado,
cautelosamente controlado): (es como hacer las revisiones, al
auto: incluso si,
como no? existe la tarea de los nueve años críticos, para la
revisión: yo me conformo,
personalmente hablando, con los nueve meses de gestante clásica):
(la lubricación
de la versificación es decisiva, comoquiera: del motor, de la
piel, aún del condón):
pero
ves, ídolo mío, mi carburante de oro, mi tesoro: mi aceite poético
eres tú:
Versión original:
la
poesia, in un certo senso, è una macchina organica: (voglio dire, cioè,
assai
rigurosamente fisiologica):
(que
esige una manutenzione sorvegliata,
cautelosamente
controllata): (è come fare i tagliandi, per l`auto: anche se,
come
no? c´è la faccenda dei nove anni critici, per la revisione: io mi accontento,
personalmente
parlando, dei nove mesi da gestante clasicca): (la lubrificazione
della
versificazione è decisiva, comunque: da motore, da derma, anche da condom):
ma
vedi,idolo
mio,mio carburante d`oro,mio tesoro: il mio olio poetico sei tu:
Traducción: Dolores
Labarcena y Pedro Marqués de Armas
*
1. “En la plaza” Vicente Aleixandre
Fuente: Poemas de la consumación, B., Plaza y
Janés, 1968.
Hermoso es,
hermosamente humilde y confiante, vivificador y profundo,
sentirse bajo el
sol, entre los demás, impelido,
llevado,
conducido, mezclado, rumorosamente arrastrado.
No es bueno
quedarse en la
orilla
como el malecón
o como el molusco que quiere calcáreamente imitar a la roca.
Sino que es puro
y sereno arrasarse en la dicha
de fluir y
perderse,
encontrándose en
el movimiento con que el gran corazón de los hombres palpita extendido.
Como ese que
vive ahí, ignoro en qué piso,
y le he visto
bajar por unas escaleras
y adentrarse
valientemente entre la multitud y perderse.
La gran masa
pasaba. Pero era reconocible el diminuto corazón afluido.
Allí, ¿quién lo
reconocería? Allí con esperanza, con resolución o con fe, con temeroso denuedo,
con silenciosa
humildad, allí él también
transcurría.
Era una gran
plaza abierta, y había olor de existencia.
Un olor a gran
sol descubierto, a viento rizándolo,
un gran viento
que sobre las cabezas pasaba su mano,
su gran mano que
rozaba las frentes unidas y las reconfortaba.
Y era el serpear
que se movía
como un único
ser, no sé si desvalido, no sé si poderoso,
pero existente y
perceptible, pero cubridor de la tierra.
Allí cada uno
puede mirarse y puede alegrarse y puede reconocerse.
Cuando, en la
tarde caldeada, solo en tu gabinete,
con los ojos
extraños y la interrogación en la boca,
quisieras algo
preguntar a tu imagen,
no te busques en
el espejo,
en un extinto
diálogo en que no te oyes.
Baja, baja
despacio y búscate entre los otros.
Allí están
todos, y tú entre ellos.
Oh, desnúdate y
fúndete, y reconócete.
Entra despacio,
como el bañista que, temeroso, con mucho amor y recelo al agua,
introduce
primero sus pies en la espuma,
y siente el agua
subirle, y ya se atreve, y casi ya se decide.
Y ahora con el
agua en la cintura todavía no se confía.
Pero él extiende
sus brazos, abre al fin sus dos brazos y se entrega completo.
Y allí fuerte se
reconoce, y se crece y se lanza,
y avanza y
levanta espumas, y salta y confía,
y hiende y late
en las aguas vivas, y canta, y es joven.
Así, entra con
pies desnudos. Entra en el hervor, en la plaza.
Entra en el
torrente que te reclama y allí sé tú mismo.
¡Oh pequeño
corazón diminuto, corazón que quiere latir
para ser él
también el unánime corazón que le alcanza!
2. “Es la baba”,
Oliverio Girondo (Persuación de los días: 1942)
Es la baba.
Su baba.
La efervescente baba.
La baba hedionda,
cáustica;
la negra baba rancia
que babea esta especie babosa de alimañas
por sus rumiantes labios carcomidos,
por sus pupilas de ostra putrefacta,
por sus turbias vejigas empedradas de
cálculos,
por sus viejos ombligos de regatón gastado,
por sus jorobas llenas de intereses
compuestos,
de acciones usuarias;
la pestilente baba,
la baba doctorada,
que avergüenza la felpa de las bancas con
dieta
y otras muelles poltronas no menos escupidas.
La baba tartamuda,
adhesiva,
viscosa,
que impregna las paredes tapizadas de corcho
y contempla el desastre a través del bolsillo.
La baba disolvente.
La agria baba oxidada.
La baba.
¡Si! Es su baba...
lo que herrumbra las horas,
lo que pervierte el aire,
el papel,
los metales;
lo que infecta el cansancio,
los ojos,
la inocencia,
con vermes de asco,
con sus virus de hastío,
de idiotez,
de ceguera,
de mezquindad,
de muerte.
*
3. Testamento
del pez, Gastón Baquero (Antología, 1996)
Yo te amo,
ciudad,
aunque sólo escucho de ti el lejano rumor,
aunque soy en tu olvido una isla invisible,
porque resuenas y tiemblas y me olvidas,
yo te amo, ciudad.
Yo te amo, ciudad,
cuando la lluvia nace súbita en tu cabeza
amenazando disolverte el rostro numeroso,
cuando hasta el silente cristal en que resido
las estrellas arrojan su esperanza,
cuando sé que padeces,
cuando tu risa espectral se deshace en mis oídos,
cuando mi piel te arde en la memoria,
cuando recuerdas, niegas, resucitas, pereces,
yo te amo, ciudad.
Yo te amo, ciudad,
cuando desciendes lívida y extática
en el sepulcro breve de la noche,
cuando alzas los párpados fugaces
ante el fervor castísimo,
cuando dejas que el sol se precipite
como un río de abejas silenciosas,
como un rostro inocente de manzana,
como un niño que dice acepto y pone su mejilla.
Yo te amo, ciudad,
porque te veo lejos de la muerte,
porque la muerte pasa y tú la miras
con tus ojos de pez, con tu radiante
rostro de pez que se presiente libre;
porque la muerte llega y tú la sientes
cómo mueve sus manos invisibles,
cómo arrebata y pide, cómo muerde
y tú la miras, la oyes sin moverte, la desdeñas,
vistes la muerte de ropajes pétreos,
la vistes de ciudad, la desfiguras
dándole el rostro múltiple que tienes,
vistiéndola de iglesia, de plaza o cementerio,
haciéndola quedarse inmóvil bajo el río,
haciéndola sentirse un puente milenario,
volviéndola de piedra, volviéndola de noche,
volviéndola ciudad enamorada, y la desdeñas,
la vences, la reclinas,
como si fuese un perro disecado,
o el bastón de un difunto,
o las palabras muertas de un difunto.
Yo te amo, ciudad,
porque la muerte nunca te abandona,
porque te sigue el perro de la muerte
y te dejas lamer desde los pies al rostro,
porque la muerte es quien te hace el sueño,
te inventa lo nocturno en sus entrañas,
hace callar los ruidos fingiendo que dormitas,
y tú la ves crecer en tus entrañas,
pasearse en tus jardines con sus ojos color de amapola,
con su boca amorosa, su luz de estrella en los labios,
la escuchas cómo roe y cómo lame,
cómo de pronto te arrebata un hijo,
te arrebata una flor, te destruye un jardín,
y te golpea los ojos y la miras
sacando tu sonrisa indiferente,
dejándola que sueñe con su imperio,
soñándose tu nombre y tu destino.
Pero eres tú, ciudad, color del mundo,
tú eres quien haces que la muerte exista;
la muerte está en tus manos prisionera,
es tus casas de piedra, es tus calles, tu cielo.
Yo soy un pez, un eco de la muerte,
en mi cuerpo la muerte se aproxima
hacia los seres tiernos resonando,
y ahora la siento en mí incorporada,
ante tus ojos, ante tu olvido, ciudad, estoy muriendo,
me estoy volviendo un pez de forma indestructible,
me estoy quedando a solas con mi alma,
siento cómo la muerte me mira fijamente,
cómo ha iniciado un viaje extraño por mi alma,
cómo habita mi estancia más callada,
mientras descansas, ciudad, mientras olvidas.
Yo no quiero morir, ciudad, yo soy tu sombra,
yo soy quien vela el trazo de tu sueño,
quien conduce la luz hasta tus puertas,
quien vela tu dormir, quien te despierta;
yo soy un pez, he sido niño y nube,
por tus calles ciudad yo fui geranio,
bajo algún cielo fui la dulce lluvia,
luego la nieve pura, limpia lana, sonrisa de mujer,
sombrero, fruta, estrépito, silencio,
la aurora, lo nocturno, lo imposible,
el fruto que madura, el brillo de una espada,
yo soy un pez, ángel he sido,
cielo, paraíso, escala, estruendo,
el salterio, la flauta, la guitarra,
la carne, el esqueleto, la esperanza,
el tambor y la tumba.
Yo te amo, ciudad,
cuando persistes,
cuando la muerte tiene que sentarse
como un gigante ebrio a contemplarte,
porque alzas sin paz en cada instante
todo lo que destruye con sus ojos,
porque si un niño muere lo eternizas,
si un ruiseñor perece tú resuenas,
y siempre estás, ciudad, ensimismada,
creándote la eterna semejanza,
desdeñando la muerte,
cortándole el aliento con tu risa,
poniéndola de espalda contra un muro,
inventándote el mar, los cielos, los sonidos,
oponiendo a la muerte tu estructura
de impalpable tejido y de esperanza.
Quisiera ser sombra entre tus calles
una sombra cualquiera, un objeto, una estrella,
navegarte la dura superficie dejando el mar,
dejarlo con su espejo de formas moribundas,
donde nada recuerda tu existencia,
y perderme hacia ti, ciudad amada,
quedándome en tus manos recogido,
eterno pez, ojos eternos,
sintiéndote pasar por mi mirada
y perderme algún día dándome en nube y llanto,
contemplando, ciudad, desde tu cielo único y humilde
tu sombra gigantesca laborando,
en sueño y en vigilia,
en otoño, en invierno,
en medio de la verde primavera,
en la extensión radiante del verano,
en la patria sonora de los frutos,
en las luces del sol, en las sombras viajeras por los muros,
laborando febril contra la muerte,
venciéndola, ciudad, renaciendo, ciudad, en cada instante,
en tus peces de oro, tus hijos, tus estrellas.
aunque sólo escucho de ti el lejano rumor,
aunque soy en tu olvido una isla invisible,
porque resuenas y tiemblas y me olvidas,
yo te amo, ciudad.
Yo te amo, ciudad,
cuando la lluvia nace súbita en tu cabeza
amenazando disolverte el rostro numeroso,
cuando hasta el silente cristal en que resido
las estrellas arrojan su esperanza,
cuando sé que padeces,
cuando tu risa espectral se deshace en mis oídos,
cuando mi piel te arde en la memoria,
cuando recuerdas, niegas, resucitas, pereces,
yo te amo, ciudad.
Yo te amo, ciudad,
cuando desciendes lívida y extática
en el sepulcro breve de la noche,
cuando alzas los párpados fugaces
ante el fervor castísimo,
cuando dejas que el sol se precipite
como un río de abejas silenciosas,
como un rostro inocente de manzana,
como un niño que dice acepto y pone su mejilla.
Yo te amo, ciudad,
porque te veo lejos de la muerte,
porque la muerte pasa y tú la miras
con tus ojos de pez, con tu radiante
rostro de pez que se presiente libre;
porque la muerte llega y tú la sientes
cómo mueve sus manos invisibles,
cómo arrebata y pide, cómo muerde
y tú la miras, la oyes sin moverte, la desdeñas,
vistes la muerte de ropajes pétreos,
la vistes de ciudad, la desfiguras
dándole el rostro múltiple que tienes,
vistiéndola de iglesia, de plaza o cementerio,
haciéndola quedarse inmóvil bajo el río,
haciéndola sentirse un puente milenario,
volviéndola de piedra, volviéndola de noche,
volviéndola ciudad enamorada, y la desdeñas,
la vences, la reclinas,
como si fuese un perro disecado,
o el bastón de un difunto,
o las palabras muertas de un difunto.
Yo te amo, ciudad,
porque la muerte nunca te abandona,
porque te sigue el perro de la muerte
y te dejas lamer desde los pies al rostro,
porque la muerte es quien te hace el sueño,
te inventa lo nocturno en sus entrañas,
hace callar los ruidos fingiendo que dormitas,
y tú la ves crecer en tus entrañas,
pasearse en tus jardines con sus ojos color de amapola,
con su boca amorosa, su luz de estrella en los labios,
la escuchas cómo roe y cómo lame,
cómo de pronto te arrebata un hijo,
te arrebata una flor, te destruye un jardín,
y te golpea los ojos y la miras
sacando tu sonrisa indiferente,
dejándola que sueñe con su imperio,
soñándose tu nombre y tu destino.
Pero eres tú, ciudad, color del mundo,
tú eres quien haces que la muerte exista;
la muerte está en tus manos prisionera,
es tus casas de piedra, es tus calles, tu cielo.
Yo soy un pez, un eco de la muerte,
en mi cuerpo la muerte se aproxima
hacia los seres tiernos resonando,
y ahora la siento en mí incorporada,
ante tus ojos, ante tu olvido, ciudad, estoy muriendo,
me estoy volviendo un pez de forma indestructible,
me estoy quedando a solas con mi alma,
siento cómo la muerte me mira fijamente,
cómo ha iniciado un viaje extraño por mi alma,
cómo habita mi estancia más callada,
mientras descansas, ciudad, mientras olvidas.
Yo no quiero morir, ciudad, yo soy tu sombra,
yo soy quien vela el trazo de tu sueño,
quien conduce la luz hasta tus puertas,
quien vela tu dormir, quien te despierta;
yo soy un pez, he sido niño y nube,
por tus calles ciudad yo fui geranio,
bajo algún cielo fui la dulce lluvia,
luego la nieve pura, limpia lana, sonrisa de mujer,
sombrero, fruta, estrépito, silencio,
la aurora, lo nocturno, lo imposible,
el fruto que madura, el brillo de una espada,
yo soy un pez, ángel he sido,
cielo, paraíso, escala, estruendo,
el salterio, la flauta, la guitarra,
la carne, el esqueleto, la esperanza,
el tambor y la tumba.
Yo te amo, ciudad,
cuando persistes,
cuando la muerte tiene que sentarse
como un gigante ebrio a contemplarte,
porque alzas sin paz en cada instante
todo lo que destruye con sus ojos,
porque si un niño muere lo eternizas,
si un ruiseñor perece tú resuenas,
y siempre estás, ciudad, ensimismada,
creándote la eterna semejanza,
desdeñando la muerte,
cortándole el aliento con tu risa,
poniéndola de espalda contra un muro,
inventándote el mar, los cielos, los sonidos,
oponiendo a la muerte tu estructura
de impalpable tejido y de esperanza.
Quisiera ser sombra entre tus calles
una sombra cualquiera, un objeto, una estrella,
navegarte la dura superficie dejando el mar,
dejarlo con su espejo de formas moribundas,
donde nada recuerda tu existencia,
y perderme hacia ti, ciudad amada,
quedándome en tus manos recogido,
eterno pez, ojos eternos,
sintiéndote pasar por mi mirada
y perderme algún día dándome en nube y llanto,
contemplando, ciudad, desde tu cielo único y humilde
tu sombra gigantesca laborando,
en sueño y en vigilia,
en otoño, en invierno,
en medio de la verde primavera,
en la extensión radiante del verano,
en la patria sonora de los frutos,
en las luces del sol, en las sombras viajeras por los muros,
laborando febril contra la muerte,
venciéndola, ciudad, renaciendo, ciudad, en cada instante,
en tus peces de oro, tus hijos, tus estrellas.
*
4. Croquis en la arena, Oliverio Girondo
(20
poemas para ser leídos en un tranvía 1920-1922),
La mañana se pasea en la playa empolvada de sol.
Brazos.
Piernas amputadas.
Cuerpos que se reintegran. Cabezas flotantes de caucho.
Piernas amputadas.
Cuerpos que se reintegran. Cabezas flotantes de caucho.
Al tornearles los cuerpos a las bañistas, las olas
alargan sus virutas sobre el aserrín de la playa.
¡Todo es oro y azul!
La sombra de los toldos. Los ojos de las chicas que
se inyectan novelas y horizontes. Mi alegría, de zapatos de goma, que me hace
rebotar sobre la arena.
Por ochenta centavos, los fotógrafos venden los
cuerpos de las mujeres que se bañan.
Hay quioscos que explotan la dramaticidad de la
rompiente. Sirvientas cluecas. Sifones irascibles, con extracto de mar. Rocas
con pechos algosos de marinero y corazones pintados de esgrimista. Bandadas de
gaviotas, que fingen el vuelo destrozado de un pedazo blanco de papel.
¡Y ante todo está el mar!
¡El mar!... ritmo de divagaciones. ¡El mar! con su
baba y con su epilepsia.
¡El mar!... hasta gritar
¡basta!
como en el circo.
Mar del
Plata, octubre, 1920.
*
5. Amor constante más allá de la muerte, Francisco Quevedo (Sonetos,
S XVII)
Cerrar podrá mis
ojos la postrera
Sombra que me
llevare el blanco día,
Y podrá desatar
esta alma mía
Hora, a su afán
ansioso lisonjera;
Mas no de esotra
parte en la ribera
Dejará la
memoria, en donde ardía:
Nadar sabe mi
llama el agua fría,
Y perder el
respeto a ley severa.
Alma, a quien
todo un Dios prisión ha sido,
Venas, que humor
a tanto fuego han dado,
Médulas, que han
gloriosamente ardido,
Su cuerpo
dejará, no su cuidado;
Serán ceniza,
mas tendrá sentido;
Polvo serán, mas
polvo enamorado.
*
6. Romance del prisionero,
Anónimo (S XV-XVI)
Que por mayo era, por mayo,
cuando hace la calor,
cuando los trigos encañan
y están los campos en flor,
cuando canta la calandria
y responde el ruiseñor,
cuando los enamorados
van a servir al amor;
sino yo, triste, cuitado,
que vivo en esta prisión;
que ni sé cuándo es de día
ni cuándo las noches son,
sino por una avecilla
que me cantaba el albor.
Matómela un ballestero;
déle Dios mal galardón.
*
7. El circo, Néstor Perlongher (Alambres, 1987)
soledad del lamé: de lo que brilla
no llora lo que ríe sino apenas la
máscara que ríe lo llorado
llorado en lo reído:
lo que atado al corcel, lo que
prendido
al garfio
de la soga:
la écuyère: domadora
la que penachos unce por el pelo
prendida a lo que mece: a lo que
engarza:
ganchos
alambres
jaulas
animales dorados
a los aros
atados a los haros
halos
aros:
la mujer más obesa, la barbuda:
la de más fuerte toca:
la enganchada
en el aire
en el delirio:
en la burbuja del delirio:
el mago
en sus dos partes:
la que cortada en dos desaparece
y la que festoneada por facones
sangra de corazón: la que cimbréase
sin red, la que
desaparece
8. A una transeúnte / À une passante
: Charles Baudelaire (Las flores del mal, 1860)
|
La calle
atronadora aullaba en torno mío.
Alta,
esbelta, enlutada, con un dolor de reina
Una
dama pasó, que con gesto fastuoso
Recogía,
oscilantes, las vueltas de sus velos,
Agilísima
y noble, con dos piernas marmóreas.
De
súbito bebí, con crispación de loco.
Y
en su mirada lívida, centro de mil tornados,
El
placer que aniquila, la miel paralizante.
Un
relámpago. Noche. Fugitiva belleza
Cuya
mirada me hizo, de un golpe, renacer.
¿Salvo
en la eternidad, no he de verte jamás?
¡En
todo caso lejos, ya tarde, tal vez nunca!
Que
no sé a dónde huiste, ni sospechas mi ruta,
¡Tú
a quien hubiese amado. Oh tú, que lo supiste!
|
La rue
assourdissante autour de moi hurlait.
Longue, mince, en grand deuil, douleur majestueuse, Une femme passa, d'une main fastueuse Soulevant, balançant le feston et l'ourlet;
Agile et noble,
avec sa jambe de statue.
Moi, je buvais, crispé comme un extravagant, Dans son oeil, ciel livide où germe l'ouragan, La douceur qui fascine et le plaisir qui tue.
Un éclair... puis
la nuit! — Fugitive beauté
Dont le regard m'a fait soudainement renaître, Ne te verrai-je plus que dans l'éternité?
Ailleurs, bien
loin d'ici! trop tard! jamais
peut-être!
Car j'ignore où tu fuis, tu ne sais où je vais, Ô toi que j'eusse aimée, ô toi qui le savais! |
9. Oceánida, Leopoldo Lugones (Los crepúsculos del jardín, 1905)
El mar, lleno de
urgencias masculinas,
bramaba en
derredor de tu cintura,
y como un brazo
colosal, la oscura
ribera te
amparaba. En tus retinas,
y en tus cabellos,
y en tu astral blancura
rieló con
decadencias opalinas
esa luz de las
tardes mortecinas
que en el agua
pacífica perdura.
Palpitando a los
ritmos de tu seno
hinchóse en una
ola el mar sereno;
para hundirte en
sus vértigos felinos
su
voz te dijo una caricia vaga,
y
al penetrar entre tus muslos finos
la
onda se aguzó como una daga.
10. Soneto X, Gracilaso de la Vega
(SXVI)
¡Oh dulces prendas por mi mal halladas,
dulces y alegres
cuando Dios quería,
juntas estáis en
la memoria mía
y con ella en mi
muerte conjuradas!
¿Quién me dijera, cuando las pasadas
horas qu’en tanto
bien por vos me vía,
que me habiades
de ser en algún día
con tan grave
dolor representadas?
Pues en una hora junto me llevastes
todo el bien que
por términos me distes,
lleváme junto el
mal que me dejastes;
si no, sospecharé que me pusistes
en tantos bienes porque deseastes
verme morir entre memorias tristes.
|
11. Soneto 41, Luis de
Góngora y Argote (S XVII)
La dulce boca que a gustar convida
|
|
un humor entre perlas distilado,
|
|
y a no invidiar aquel licor sagrado
|
|
que a Júpiter ministra el garzón de Ida,
|
|
|
|
5
amantes, no toquéis, si queréis vida,
|
|
porque entre un labio y otro colorado
|
|
Amor está, de su veneno armado,
|
|
cual entre flor y flor sierpe escondida.
|
|
|
|
No os engañen las rosas, que a la Aurora
|
|
10
diréis que, aljofaradas y olorosas,
|
|
se le cayeron del purpúreo seno:
|
|
|
|
manzanas son de Tántalo, y no rosas,
|
|
que después huyen del que incitan ahora,
|
|
y solo del Amor queda el veneno.
*
12. Mi
Lumía, Oliverio Girondo
(En la masmédula, 1954)
|
Mi Lu
mi lubidulia
mi golocidalove
mi lu
tan luz tan tu que me enlucielabisma
y
descentratelura
y
venusafrodea
y me
nirvana el suyo la crucis los desalmes
con
sus melimeleos
sus
eropsiquisedas sus decúbitos lianas y dermiferios limbos y
gormullos
mi lu
mi
luar
mi
mito
demonoave
dea rosa
mi pez
hada
mi
luvisita nimia
mi
lubísnea
mi lu
más lar
más
lampo
mi
pulpa lu de vértigo de galaxias de semen de misterio
mi
lubella lusola
mi
total lu plevida
mi toda lu
lumía
*
13. La enamorada, Alejandra
Pizarnik
(Poesía
completa, 1955-1971)
esta
lúgubre manía de vivir
esta
recóndita humorada de vivir
te
arrastra Alejandra
no lo niegues.
hoy
te miraste en el espejo
y
te fue triste estabas sola
la
luz rugía el aire cantaba
pero
tu amado no volvió
enviarás
mensajes sonreirás
tremolarás
tus manos así volverá
tu
amado tan amado
oyes
la demente sirena que lo robó
el
barco con barbas de espuma donde murieron las risas
recuerdas
el último abrazo oh nada de angustias
ríe
en el pañuelo llora a carcajadas
pero
cierra las puertas de tu rostro
para
que no digan luego
que
aquella mujer enamorada fuiste tú
te
remuerden los días
te
culpan las noches
te
duele la vida tanto tanto
desesperada
¿adónde vas?
desesperada
¡nada más!
Lectura
recomendada: Walter Romero y otros. Traducir poesía. Buenos Aires. Paradiso
Ediciones, 2014.